Bruselas-Gante-Bruselas
Las carreteras y caminos rurales belgas suelen colapsarse en primavera, al tiempo que las amapolas comienzan a florecer en los campos de Flandes. La culpa es del ciclismo y de sus carreras de un día.
Es entonces cuando resuenan nombres que parecen sacados de libros de leyendas: Kuurne-Bruselas-Kuurne, Gante-Wevelgem, Lieja-Bastoña-Lieja. El tránsito entre lugares lo es todo; los nudos se desatan en senderos de adoquines situados entre prados y colinas.
He mirado mucho al suelo estos días. Y todo por culpa de los gastados y aburridos adoquines, que también aguardan apiñados en los cascos históricos de Bruselas y de Gante. Mi cabeza los relaciona con las mejores jornadas ciclistas del año. Ante eso, los enfermos estamos condenados.
Porque bien sabe uno lo que viene después: lo que no es más que un simple viaje de fin de semana acaba siendo reinterpretado bajo parámetros delirantes.
Yo disputé mi primera carrera ciclista en suelo belga, que llamaremos Bruselas-Gante-Bruselas, durante el último fin de semana del mes de noviembre.
Hizo frío. Anocheció pronto. Arreciaron los contratiempos.
Y nos dio igual. Porque el ciclismo, como nuestro día a día, tiene mucho de todo eso. Basta con abrigarse, estar cerca de los tuyos y decirle a los adoquines que sí, que joden, y que no nos importa.