El lugar de Heidelberg en Europa
El alemán suena melódico a orillas del Neckar, cerca del punto en el que su corriente de agua confluye con el Rin, el gran río frontera. La ciudad de Heidelberg aparece agazapada bajo las faldas de la montaña, justo antes de que un valle casi infinito se desparrame hacia el horizonte.
Desde el imponente castillo, entre la maraña de vetustos tejados a dos aguas, las iglesias protestante y católica proyectan en vertical sus elegantes campanarios. Como si de una partida de ajedrez parada en el tiempo se tratase, ambas quedaron varadas en el centro de la ciudad. Retándose.
El dominio del skyline –y del mismo cielo– pertenece desde 1898 al observatorio que corona la colina Königstuhl. El complejo acoge diferentes telescopios y centros de investigación esparcidos entre la frondosa arboleda que lo rodea todo.
El Sternwarte, u observatorio, es una de esas maravillosas construcciones del lenguaje alemán. La palabra, suma de los términos Stern (estrella) y Warte (del verbo esperar), viene a dibujar en sí misma una definición fantástica: Sternwarte, el lugar donde se espera a las estrellas.
La revolución empieza aquí
No muy lejos de Heidelberg, siguiendo el cauce del agua, se alza Maguncia. Aquí inició Johannes Gutenberg la gran revolución que conquistaría el mundo. La Biblia de 42 líneas fue la primera gran obra que salió de las entrañas de una máquina fascinante: la imprenta.
Los dos ejemplares expuestos, cinco siglos y medio después de su impresión, simbolizan el preeminente lugar en la historia guardado para esta ciudad. Los pequeños tipos metálicos, que manchaban de tinta las páginas tras colocarse a modo de puzle, miran desde las ventanas del Museo Gutenberg el resultado de su hazaña: las portadas impresas de los diarios Die Zeit y Frankfurter Allgemeine copan el kiosko de prensa. La canciller Merkel sigue intentando formar gobierno.
El dinamismo de este país es contagioso; los ejemplos brotan sin cesar. Después de todo, estamos en el país donde Lutero inició su revolución teológica apoyándose en el a su vez revolucionario invento que Gutenberg había creado apenas unas décadas antes.
Mañana es día de fiesta nacional. La iglesia protestante de Heidelberg ultima la decoración para la celebración de una efeméride histórica. Hace 500 años, Martin Lutero clavó en la puerta de la iglesia de Wittemberg Las 95 tesis, la carta-manifiesto que daría inicio a la Reforma. Su disputa con la iglesia católica no tardaría en expandirse. Por primera vez, los coetáneos de la imprenta comprobaron el inmenso poder de aquel innovador aparato: los postulados luteranos empezaron a imprimirse sin cortapisas y en tiempo récord, se difundieron a lo largo y ancho de la vieja Europa y el proceso pronto desembocó en el cisma de la religión cristiana. Hoy, en la recepción de la iglesia local puede adquirirse un Playmobil conmemorativo de Lutero. Otro genial invento alemán, por supuesto.
Con la figura de juguete ya en el bolsillo se atisba el castillo desde la plaza aneja al templo protestante. Su complejo defensivo está ampliamente devastado. Una de las grandes torres que envuelven la construcción fue dinamitada por tropas francesas. El impacto seccionó el torreón en dos, dejando a la vista su núcleo central. La mitad que siguió en pie quedó convertida en una serie de improvisados palcos de teatro.
Semper apertus
Heidelberg es una ciudad definida por su antiquísima universidad. El nivel de atracción de una institución científica de esta magnitud marca el ritmo al que respiran sus calles. La Europa de la razón tiene aquí un bastión inexpugnable.
Las hojas amarillentas caen sobre el adoquín, el otoño termina de perfilar su plan de conquista y jóvenes de mil rincones del mundo beben cerveza mientras las estructuras gramaticales del inglés, del alemán o del español bailan y se retroalimentan en el matraz de esta Unión Europea en ebullición.
La universidad, fundada en 1386 –la primera creada en Alemania–, hace gala de su lema en latín: semper apertus (siempre abierta). Los estudiantes inundan la ciudad en una proporción asombrosa.
En Heidelberg se puede almorzar carne alemana acompañada de la cerveza propia que se sirve en la barra de Vetter. Según la temporada, la taberna produce una variante de sabor característico. En otoño, la cerveza recuerda a hojarasca.
La magia del lugar, en cualquier caso, estriba en las infinitas y variadas posibilidades que se abren de par en par. Como la de descubrir la cocina nepalí gracias a los programas internacionales de estudiantes. Lo alemán que queda de Heidelberg no es sino el tablero de juego común sobre el que culturas de rasgos dispares establecen conexiones duraderas ricas en matices.
En el sustrato integrador de la ciudad radica el corazón de Heidelberg. Sus calles, bares y campus universitarios son ejemplo inequívoco del potencial de la Europa del siglo XXI. Bajo el decorado de un paisaje de rasgos alemanes fluye sin cesar el torrente cultural llamado a conquistar el futuro del viejo continente.
La apuesta por el conocimiento racional y por la integración multicultural hacen que la ciudad bañada por el Neckar se proyecte más allá de las fronteras de Alemania. Hacia América, hacia Asia y hacia galaxias lejanas. Todo ello sucede hoy, en estos instantes, en Heidelberg.
Lo he visto reflejado en las pupilas de un amigo.