Henry, la capitana
Historias del Mundial Femenino 2019 | Capítulo I
El partido inaugural del Mundial en el que eres antifrión.
Sin ser futbolista, cualquiera puede imaginar una pesadilla recurrente que comience así. Son cuatro años de espera… y únicamente noventa minutos para encauzar un torrente de miedos, anhelos e ilusiones.
En caso de que tu selección sea una de las grandes, el partido se convierte en un auto de fe. Si la derrota condena, la victoria pone en marcha un tren que, movido por la expectativa de la afición local, es imposible de frenar. Alzar la Copa del Mundo es desde ese momento la única salida honrosa. Cualquier otro camino conduce al desastre.
El viernes por la noche, Amandine Henry (Lille, 1989) se encontraba en el lugar exacto y en el momento indicado: en el Parque de los Príncipes de París, integrando la espina dorsal de una selección francesa situada en el top-3 de favoritas al título y luciendo el brazalete de capitana. Puerta grande o enfermería.
Del núcleo duro del equipo (Bouhaddi, Renard, Henry, Le Sommer), la centrocampista era la jugadora con menos internacionalidades. Y sin embargo, fue ella la encargada de guiar al combinado francés en el primer momento crítico de su mundial. Henry tiene el don.
Su despliegue durante los noventa minutos fue portentoso. Nada fuera de lo normal, en cualquier caso y por otro lado, para quien haya visto algún minuto del Olympique de Lyon femenino en acción. Pero esta vez entraba en juego la fuerza de atracción que ejerce el contexto. El terreno preparado para la debacle; el sueño convertido en pesadilla.
Es en esas precisas circunstancias en las que merece la pena enmarcar el gol que firmó la ‘6’ cuando corría el minuto 86. Tras casi cuatro años y noventa minutos de espera, Amandine Henry recordó con contundencia que, en efecto, ella es una de las elegidas.
